Campo de ruinas…

Campo de ruinas…

Todo era serenidad. Nadie en el edificio se movía. Todo el mundo estaba quieto, no se oía ninguna respiración. Se habían comprobado las cargas. Todo había sido preparado minuciosamente. Dos meses de estudios por un equipo de ingenieros técnicos especialistas en este tipo de trabajo. Luego un mes de trabajo para preparar los lugares donde serían puestas las cargas. Y al final dos días, únicamente dos días para ponerlas.

Y ahí estábamos mirándonos, ya sólo quedaba ponerse en marcha.

Nos movimos, nos pusimos a respirar. El silencio fue roto por las pesadas botas del grupo.

Salimos con toda tranquilidad.
Me quité el casco y pasé la mano sobre mi cabeza sudada. Unas cuantas gotas cayeron al suelo. Mi movimiento no pasó desapercibido.

Lo grabaron las cámaras de vigilancia, las cámaras de televisión, las cámaras de los curiosos. Lo estamparon en la película los aparatos de fotos de los profesionales, las cámaras digitales de los aficionados y los móviles de los curiosos. Cuanta gente.

Me dirijo al policía de contacto. Le pido que aleje a la gente. Que esto va a ser más importante de lo previsto y que si sale mal no quiero tener sobre mi consciencia más muertos de los necesario; o previstos. Me dan ganas de llorar y huir. Los edificios colindantes, bueno, sería la bancarrota, los seguros no pagarían todos los destrozos encontrando siempre sobre que discutir, pero eso al menos no me daría pesadillas.

La policía empieza a hacer su trabajo. Estamos de nuevo solos. Que grupo. Habíamos formado nuestra empresa de derribos cinco años antes. Empezamos pequeño. Una casa por aquí un muro por allí. Luego fuimos ganando en importancia. Nos rodeamos de los mejores. Ahora todo el mundo nos conoce y este es el primer gran trabajo. Un rascacielos. La empresa que posee el terreno quiere construir otro, más grande, más moderno. Pero desmontar el actual cuesta caro. Por ello prefieren derribarlo.

Durante un año quitaron o desmontaron todo lo posible. Nosotros llegamos dos meses antes cuando la empresa que tenía que derribarlo hizo un error en su último trabajo. Una pequeña torre de una refinería. Se equivocaron en los cálculos. La torre cayó encima de la refinería. Dos millones de dólares de pérdidas que el seguro no pagó. Y a eso había que contar los trabajos que perdieron o no obtuvieron.

Nos podía pasar aquí.

Los últimos detalles. Los comentarios a la cámara del grupo para la posteridad. Si todo sale bien nos reiremos si sale mal, nunca lo miraremos.

Fotos para los periódicos. Si todo sale como debe estaremos en las páginas interiores como una noticia más, si fallamos saldremos en la primera página.

El encargado de apretar el botón está listo.
Nos ponemos detrás de la protección.
Nos ponemos las gafas.
Nos ponemos las mascarillas. La última vez hubo tanto polvo que incluso con ella tuve la impresión de comer tierra durante todo el día.
Todos me miran.
Tengo que dar el go.
Por el walkie me dicen que ya no queda nadie dentro de la zona de explosión.

Doy el go.

Las cargas explotan.
El edificio queda suspendido en el aire unas décimas de segundos que a mí me parecen siglos.

El castillo de cartas se derrumba.
La polvareda sube.

Ya no se ve nada.

El silencio vuelve a tomar posesión del espacio.
La luz consigue poco a poco recuperar sus derechos sobre el polvo que se tumba frente a él.

Me levanto con la sensación de hacerlo a cámara lenta.

Veo mi amigo y compañero de infortunio. Sonríe.
Antes de mirar sé que todo ha salido bien.

El edificio ya no existe. El cielo ilumina un campo de ruinas.
Tardaron dos años en construirlo. En unos segundos la construcción no existe.
El nuevo edificio tardará aún unos meses antes de emerger. Antes la zona tendrá que ser limpiada.

Los fotógrafos y las cámaras oficiales ya están aquí. Hay que pasar a la parte más pesada. Repetir diez mil veces que todo ha ido bien y que eso lo sabíamos. Que confiábamos no, que estábamos seguros que todo iba a pasar bien. Que el equipo es muy profesional, que todo se ha hecho de acuerdo a un proyecto muy trabajado.

Todo lo que se dice aunque no sea verdad.
Dos meses para trabajar en un proyecto de cinco. Un arquitecto que nos deja un mes antes de la explosión diciéndonos que sus cálculos no están bien hechos.
Obreros que no quieren tocar a los explosivos. La lluvia que retrasa la preparación.
Y un montón de cosas más, pero los periodistas eso no les importa.

Ya está, todo se ha acabado. A pasar a otro proyecto, pero antes ir a casa a ducharse, recuperarse un poco de la noche sin dormir y sobre todo comer algo. El apetito me ha vuelto de golpe y me recuerda que llevo días si no semanas sin comer.

Me tomo una buena bocanada de aire, subo al coche.
Arranco y dejo detrás de mí otro campo de ruinas…

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