El joven Hoplita

He aquí una pequeña historia en la historia de las que solía escribir para acordarme de algunos nombres o momentos importantes:

Athena vestida armadura hoplítica

Era un día cualquiera en el Partenón. Como todos los días el joven Hoplita se acercó al altar de su diosa. En su falange le obligaban a adorar a Ares pero su diosa era ella, Athena. Su diosa guerrera, su cazadora, la sabia.

Ella se entregaba a sus súbitos y ellos se lo agradecían. Les daba coraje, fuerza, camadería. El en cambio, apoyado por su hermana Eris y sus vástagos Fobos y Deimos, llevaba la discordia, el terror y el temor ayudándoles en la batalla pero dejándoles exhaustos y rotos.

Ella pedía luchar con inteligencia y prudencia, prefiriendo una buena estrategia a una batalla sangrienta y violenta. Pero su “estratego” les obligaba a luchar de frente, el sintagma debía romper las fuerzas del enemigo. Sólo contaba la fuerza de los hombres, su valía.

Mañana partían a combatir y no sabría si volvería. Confiaba en los hombres que le acompañaban en la “fila” pero partían a la guerra y sabía por experiencia que muchos no volvían.

Le dejó su ofrenda frente al altar. No sabía que ofrecerle a medida del favor que le pedía, por eso dejó su chlamys y uno de sus xiphos. Le suplicó una vez más a su Diosa tras lo que ajustó su quitón y quitó el templo por el pórtico principal.

Se dirigió a su vivienda con la cabeza todavía en la plegaria y en el combate que les esperaba contra las fuerza del general persa Mardonio. Por eso no vio como dos compañeros de armas que le acababan de ver traicionar a su Dios se acercaban y le atravesaban con su kopis.

Athena le respondió favorablemente. No quería morir en combate y sobre todo, no quería vivir de nuevo los horrores de la guerra.

No sufrió, los años de experiencia de sus compañeros hicieron que la muerte fuera rápida. Su corazón dejó de latir y a la mañana siguiente cuando encontraron el cuerpo sus familiares y amigos, tras maldecir a los asesinos, lloraron y dispusieron todo para su entierro.

Como mandaba la tradición se le puso un óbolo en la boca para que pudiera pagar el paso de la laguna. Tras ello se lavó su cuerpo, se le ungió con bálsamo perfumado para evitar los olores de la muerte y se le coronó con flores de la estación. Se le expuso entonces a la vista de todo el mundo, amortajado con los mejores vestidos para que no tuviese frío ni que el Can Cérbero le viera desnudo.

Las mujeres lloraron y gimieron y todos se golpearon y se arañaron. Algunos incluso se desgarraron la ropa echándose polvo en la cabeza. Era amado por todos.

Todo estaba listo, se llevó el cuerpo a su lugar de descanso. Los amigos ya habían dejado el ajuar y rellenado el suelo de su última morada de un lecho de hojas. Lo tumbaron y lo recubrieron por un túmulo de tierra donde pusieron un lecito blanco adornado.

Athena lo recibió con cariño

Pero la historia no acaba aquí. Ares todavía dolido por su derrota frente a su hermana, dejó a esta vengar la muerte de su seguidor. Esta fue horrenda. Durante la guerra de Platea la fila dónde se encontraban se separó rompiendo la enomotia. Esto les dejó a la merced de la caballería del general Mardonio. Estas sabiéndese derrotadas se desahogaron con esos hombres. Los 16 hombres murieron atravesados por las armas de 200 caballeros persas.

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