Estaba contento, eran las 8 de la mañana hora solar y hoy era el primer día de su nueva vida. Al fin había aprobado la licenciatura en historia galáctica e iba a poder hacer sus primeras prácticas en el “cinturón de asteroides Olbers”. En el siglo XX y parte del XXI al profesor Olbers lo desacreditaron al enunciar este “que era posible que los restos que formaban el anillo fuera anteriormente un planeta”.
Ahora se sabía que no sólo había sido un planeta, pero fue EL PLANETA que lo empezó todo.
Los primeros hombres nacieron en él, llegaron a la tierra huyendo la destrucción que se avecinaba. Dos facciones, dos polos opuestos, se quisieron apoderar de la tierra y de la inminente conquista del espacio. Eran una civilización que acababa de llegar a la frontera del nivel uno en su evolución tecnológica pero no en su organización social. Por ello en las guerras sociales o socialitarias se aprovecharon los conocimientos tecnológicos para producir armas cada vez más potentes y destructoras. Y todo ello empeoró cuando la escasez de recursos se hizo más importante al aumentar desproporcionadamente la población.
Todo ello llevó a la civilización a autodestruirse.
El conocimiento tecnológico hizo que la guerra acabara en muy poco espacio de tiempo. Las bombas empleadas destruyeron el planeta mandando una gran cantidad de materia a los planetas cercanos.
Ahora se sabe que parte de los anillos de Júpiter y al menos uno de sus satélites, Ganimedes, son restos atrapados por el planeta. El resto se encuentra en el cinturón de asteroides Olbers.
Y estaba contento porque eran las 8.30 y ya estaba en el transbordador a la estación ES-Edén.
La nueva tecnología permitía encontrar en restos helados que habían flotado en el espacio por siglos, las trazas de los antiguos. Increíblemente se llegaron a encontrar elementos esculpidos en los meteoritos, restos de edificios flotando entre las piedras y hasta un cuerpo encerrado en lo que parecía ser un ataúd.
Como quería estar ahí.
La sonrisa se hizo aún más grande y dolorosa. 8.45. Les entregaron los trajes espaciales. Le habían tomado las medidas unas semanas antes. Unas bonitas combinaciones blancas y amarillas fluorescentes para poder distinguirlos en cualquier momento.
9.00 le cerraron el enganche del casco. Por seguridad sólo lo podían cerrar y comprobar los agentes de la 3SA (Solar Security Space Agency). Ya había pasado anteriormente que algún novato ante el espectáculo que se le presentaba, o por el agobio entre tanta inmensidad, se desenganchaba el casco.
9.10 con el ceñido pero vistoso traje se subió a la nave de transporte que le llevaría a la base uno situada en un meteorito del cinturón de asteroides. Desde ahí y con su traje irían a la zona de trabajo.
9.30 se resintió una pequeña sacudida en el momento del aterrizaje. Al rato se abrió la compuerta trasera para dejar salir a los historiadores y arqueólogos, listos para empezar su jornal. Su sonrisa se transformó en un rictus irreconocible. Los nervios le habían alcanzado de golpe. El éxito, la consecución de su sueño estaba a sólo un paso. Sólo le faltaba dar ese último paso y estaría sobre el meteorito.
9.32 en la pantalla del casco se visualizó una alerta y oyó resonar en su cabeza, la voz sensual de una dama: “Por favor, Sr Wolf, relájese. No desearíamos tener que cancelar su salida de hoy. Los niveles de stress son demasiado altos”.
9.35 la sonrisa que había dibujado su faz desapareció completamente al ver a dos policías de la 3SA aparecer a los lados de la rampa invitándole a subir de nuevo en la nave.
10.00 la nave se enganchaba a la estación. Así acababa su primera experiencia espacial. Le quedaban 23 jornadas terrestres, otros 23 intentos para completar su misión. Esperó ese día en la sala de lectura y reposo a la llegada de los demás. La suerte que tuvo, esa jornada fue infructuosa. No encontraron nada nuevo en el sector de estudio.
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Vaya… que estres!