Qué les voy a contar… Salvo que las cosas no se pasaron como creía.
El estaba ahí, sentado y yo me acercaba lentamente. Mis zapatos casi no tocaban la alfombra que escondía mis pasos a sus oídos. Mis manos estaban preparadas para la acción.
Una gota de sudor atravesó mi frente mientras que hacía lo imposible para cortar mi respiración. Mis ojos se cerraban bajo el stress del momento. Se me puso la carne de gallina. ¿Qué pasaría si se daba la vuelta?
No podía pensar en ello.
Giré un poco la cabeza para asegurarme que mi sombra no delatara mi presencia.
Seguí avanzando. Ya quedaba menos. Su cuello estaba cerca. Casi lo podía sentir. Estiré los brazos, avancé lentamente, cuidadosamente, mi pierna derecha. Tomé apoyo.
¡Estaba al alcance!
La adrenalina se disparó en mi cuerpo. Cerré las manos en su cuello y apreté… Lo levanté, cogido todavía por el cuello. Solté una mano alcancé el hacha.
Apoyé su pequeño cuerpo en el tronco de madera. Levanté el hacha. El filo cortó el cuello como si fuera de barro.
La sangre resbaló por mi mano para caer a suelo en goterones que creaban charcos enormes. Eran mares que reflejaban mi victoria. Habia ganado…
El cuerpo separado de su cabeza continuaba a andar, como no queriendo reconocer mi victoria. Pero había ganado.
¡Ese maldido gallo del vecino no me volvería a despertar!
Pero les dije que no había acabado como deseaba… Y es que mi victoria fue de corta. No duró tanto como creía.
Lo estaba celebrando con la cabeza del gallo en la mano cuando sentí un pinchazo agudo en la espalda. El dolor tardó en llegar al cerebro y cuando llegó era demasiado tarde.
Me sentí caer sin poder hacer nada. Estiré mentalmente un brazo pero este no se movió. Avancé la pierna, pero esta no obedeció.
No sentí el suelo.
Y antes de que me envolviera el vacío vi a mi vecino acercarse con la escopeta en la mano…
Ahora veo la luz pero no con los ojos de un hombre, sino con los de un gato. Unos de esos gatos que corren por las calles y que uno evita de acaraciar o acercar. Mi pelaje, negro como la noche me hace diferente.
Y ahora llevo dos noches sin dormir. Los ruidos de los coches, de las personas, llegan a mi amplificados por mis nuevas orejas.
Y el stress que tengo ahora es diferente. Antes sólo me preocupaba de trabajar, de tener trabajo… Ahora lucho por vivir. Por no hacerme arañar por los otros gatos que ven en mi alguien diferente. Por no hacerme despedezar por los perros callejeros…
Y asi acaba la historia, no tan bien como creía, pero ahora me digo, hubiera podido ser peor… hubiera podido ser un gallo.