Era la noche de todos los santos. Una noche fría, demasiado fría para la época.
Salía de una fiesta organizada por unos amigos. Ahí había conocido a una nueva pareja que estaba interesada en los apartamentos que vendía. Había cambiado de trabajo y me encargaba de la compra y venta de apartamentos en el centro de la ciudad. Había empezado pequeño y ahora la pequeña empresa estaba compuesta de media docena de empleados y vendedores independientes.
El problema es que no podía ir a ningún sitio sin que saliera mi lado profesional. Bueno, eso un problema que tengo todavía aunque en menor proporción. Ahora me obligo a un día de vacaciones por semana e incluso he conseguido dejar en manos de mis empleados algunos negocios para liberarme algunas tardes o noches.
Andaba hacia mi coche, con la piel de gallina. Hubiera tenido que prever algo más calentito pero bueno, la cosa así estaba.
Andaba como decía por esa calle, donde la luz de la luna intentaba desafiar la oscuridad de la noche. Dos ridículas farolas intentaban ayudarla sin conseguirlo.
Fue entonces cuando lo oí por primera vez. Un ruido de pasos cansinos y una respiración entrecortada. Andaba con pasos silenciosos que sólo la tranquilidad de la noche permitía que llegara a mis oídos.
Tomé la primera a la izquierda. Aceleré el paso.
El ruido me seguía.
El coche estaba unas cuantas calles más abajo. Tendría que haberles escuchado. Me propusieron llevarme hasta él, pero como siempre tenía que hacer la interesante. Dije que era capaz de ir hasta mi coche. ¿Pero quién pensaban que era?
El ruido me seguía. Una calle pasada. Que noche acabábamos de pasar. Festejábamos el fin de los estudios de unos, la pedida de mano de otros, el éxito de algunos. Vamos, teníamos el que festejar. La habíamos hecho tarde y menos mal esto me había permitido digerir el alcohol que había bebido.
El ruido seguía ahí. Me parecía un poco más cerca. Empecé a sudar.
Estas ciudades con todos esos problemas de circulación y de aparcamiento. Veinte minutos tenía que andar antes de llegar al coche. El único sitio que encontré. Claro, como era el único del grupo que no vivía en las cercanías de la fiesta tenía que venir en coche y encontrar aparcamiento. Los demás en cinco minutos estaban en su casa bien calentitos. Menos mal que la próxima juerga sería en mi casa.
Bueno, al menos el contacto para la venta del apartamento me subía un porco el moral. Si se concretizaba me produciría un buen beneficio. Compré la casa a un precio verdaderamente ridículo, y por un gasto mínimo lo había puesto en venta tres veces el precio. Es verdad que para venderlo no tenía que decir ciertas cosas pero bueno, ¿quién no ha escondido la verdad a veces?
Aceleré el paso. Estaba nerviosa. Los ruidos de pasos seguían ahí. Se acercaban incluso.
Empecé a pensar en las posibilidades que tendría si la persona que me seguía me atacaba. Ninguna. Con un físico normal y no mucha fuerza no tendría ninguna suerte de escaparme.
Ya me dijeron mis amigos que tendría que seguir una clase de defensa personal. Que había muy buenas y que en poco tiempo podría defenderme o al menos aprender a escaparme. Ellos decían eso porque en mi trabajo a veces encontraba ciertos energúmenos de no mucho fiar y es verdad que a veces tuve que recurrir a ciertas dosis de habla y experiencia para salir de situaciones difíciles.
Me di cuenta que me empezaban a doler las piernas. No tendría que haber elegido los zapatos marrones. Llevaba una eternidad que no me los ponía. Y ya por aquel entonces me apretaban. Que decir ahora con las horas que pasaba sentada en la oficina a dirigir a mis empleados y vendedores.
Ya sólo me quedaban dos calles y el ruido se acercaba cada vez más. Acaba de girar y estaba en una de las calles perpendiculares al lugar donde había aparcado el coche.
Cruzar una calle más, girar a la derecha, unos metros y la salvación del coche.
Los pasos se acercaban. No osaba mirar hacia atrás.
Los pasos ya no eran tan discretos. ¡La persona corría!
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